Mientras me adentraba en la oscuridad del denso bosque no podía evitar sentir escalofríos. Cada paso intensificaba aún más mi ansiedad y aumentaba mi deseo de retroceder. Apenas se filtraba luz por las copas de los árboles y la humedad me hacía resbalar constantemente. Silbidos y cascabeles delataban perversos seres arrastrándose por entre los musgosos troncos de los árboles, y enjambres de mosquitos me impedían respirar.
Cuando realmente deseamos algo con mucha intensidad no hay nada que nos pueda detener. Y si por algo he sido conocida toda mi vida es por mi temperamento de tozuda. Cuando se me mete algo en la cabeza soy capaz de asumir cualquier riesgo. Es más, soy adicta a la adrenalina que me genera el peligro.
Empecé a acelerar el paso conforme fue haciéndose más transitable el terreno y el ramaje me dejaba avanzar. A lo lejos empezaba a percibir mayor claridad lo cual me indicaba que empezaba a acercarme a mi destino. Mi investigación no me ha había esclarecido demasiado, decenas de casos de personas que se habían adentrado en esta zona del bosque anteriormente sin haber vuelto con vida y cuyos cuerpos no fueron nunca encontrados.
Lo ocurrido a continuación lo cuento según lo poco que puedo recordar pues sobre mí empezaron a agitarse las ramas de los arboles con tal rugido y violencia que perdí el control sobre mí misma y en un descuido tropecé con una gruesa raíz que sobresalía del suelo y me precipité sobre un desnivel de tierra a mucha menor altura de la que me encontraba, haciéndome rodar por la pendiente y dejándome justo en el borde de un pozo del que no podía ver el fondo, y agarrada a una rama intenté escalar como pude para evitar el trágico desenlace.
Las leyendas de los nativos que habitan estas tierras hablan de un dios reptil con escamas de oro auténtico al que ellos han estado adorando y venerando durante milenios. Muchos aventureros han intentado antes que yo adentrarse en el bosque para encontrar dicho santuario, todos y cada uno con final trágico. Cuentan que los rituales se celebraban cada luna llena en una explanada en medio del claro del bosque, danzando al son de tambores y timbales, y de sonajeros y cascabeles, mientras los adoradores imitaban el serpenteo del reptil sagrado saltando sobre millares de serpientes, víboras y culebras, en un festival de sangre y sacrificios, mientras en lo alto del solemne altar de plata, oro y diamantes, observaba la escena el glorioso reptil dorado, dios de los nativos y de todos los seres que habitaban el bosque.
Un altar de plata, oro y diamantes, un tesoro inmenso y un reptil dorado no son nada comparado con el placer de descubrir un lugar tan místico y lleno de misterio, y sobre todo, al que nadie ha podido llegar antes. Para una mujer como yo, no hay nada más tentador que ser la primera en lograrlo. Y he ahí la ironía, que me hallaba colgada de una rama en la boca de un pozo sin fondo luchando por salvar mi vida y llegar a salvo a mi ansiado destino. Suerte que pude colocar el pie en un saliente para impulsarme, mientras cambiaba de rama y conseguía ascender. A partir de ahí fue fácil, de rama a rama y de saliente a saliente. Pero no siempre todo es lo que parece. Y a veces la vista te engaña y las ramas no son ramas.
A veces las ramas no son ramas. Y se mueven. Y se deslizan. Y serpentean. Y silban. Y te sacan la lengua. Y tienen colmillos llenos de veneno. Y te hacen caer. Y la caída te hace perder el conocimiento. Y después no recuerdas nada. Y no sabes como explicar a la policía cómo apareciste flotando en la orilla del río cerca del pueblo a varios kilómetros del bosque. Ni de dónde robaste los cuatro cofres de madera de roble llenos de joyas que aparecieron flotando junto a ti. Ni porqué ahora la piel de todo tu cuerpo está cubierta de escamas doradas.
Autor: Francisco González SOLEMNITY